Pedernales, una población costera, en la provincia de Manabí, a 286 kilómetros de Quito, quedó prácticamente arrasada por el terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter que se produjo este domingo, a las dos de la madrugada hora española. Los equipos de rescate calculan que el 80% de la población de Pedernales (50.000 habitantes) estaría afectada de una u otra forma. Las autoridades han rescatado por el momento en todas las zonas afectadas los cuerpos sin vida de 272 personas. Los heridos superan los 2.000, informó el periódico ABC.es.
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Este domingo hubo desesperación entre los sobrevivientes que clamaban ayuda para rescatar a sus familiares, que yacían bajo los escombros. Veinte horas después del episodio, aún se escuchaban gritos de auxilio debajo de casas y edificios derruidos. «Ayúdeme a encontrar a mi hija. La más chiquita se soltó la mano», decía una madre desesperada que corría pidiendo ayuda.
Las imágenes de la destrucción son terribles: puentes colapsados, carreteras despedazadas y gente deambulando en busca de refugio y socorro. El estado de las vías impidió que la ayuda llegue de manera oportuna, pese a los esfuerzos de las autoridades.
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El vicepresidente de la República, Jorge Glas, compareció ante los medios de comunicación para pedir calma a la población y anunciar que la asistencia estaba en camino hacia el epicentro del desastre. La alerta de tsunami, que causó alarma en todo el litoral ecuatoriano, fue desactivada.
Guayaquil, el mayor puerto del país, también resultó afectado por el terremoto. En esta ciudad hubo escenas de pánico entre la gente que asistía a las salas de cines de los centros comerciales. Imágenes de las cámaras de seguridad mostraron la huida de centenares de personas por escaleras mecánicas y por los espacios preparados para la evacuación.
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En la terminal terrestre una mujer pedía ayer que le lleven a Manabí dónde dejó a su madre enferma con cáncer y sus dos tiernas hijas; pero los viajes están suspendidos debido al estado de excepción que rige en el país.
Este domingo, en Quito hubo una tensa calma tras el seísmo que se sintió con fuerza sobre todo en los edificios, donde el sábado se podían escuchar gritos de pánico, por la caída de objetos y el derrumbe de paredes. Cientos de personas optaron por pasar la noche con familiares y amigos. Muchos se trasladaron a los valles por seguridad. De vuelta, pudieron contemplar los efectos materiales del terremoto, aunque resultan insignificantes de cara a la tragedia de Manabí y Esmeraldas, dos de las provincias costeras más castigadas por la naturaleza, según la fuente citada.